Fue el único momento agradable de la semana pasada. ¡Qué horror!
Bueno, para ser sincera, no fue el único. Como ya os
contaba en el anterior post, el viernes cené con mis compañeros de colegio. A
uno de ellos hacía ¡20 años! que no le veía.
Pero vamos por partes.
El jueves, durante una hora perdida que tenía entre la
comida y recoger a los niños en el colegio, decidí acercarme al Museo Sorolla
con una amiga. Sorolla es un pintor que siempre me ha encantado. Principalmente, me gustan sus pinturas de playa porque reflejan a la perfección
la luz del Mediterráneo. Ese lugar en el que yo disfruto con gran intensidad de
“Arena, mar y buena música.” Contemplar esos cuadros me relaja enormemente. Y
teniendo en cuenta que no me había tomado la tila…
Fuente el el jardín del Museo Sorolla. Foto hecha por mi |
Por otro lado, desconocía la afición de Sorolla por la
jardinería y la verdad, poder tocar un árbol que ha sido plantado por el
pintor, me hizo mucha ilusión.
Y luego el viernes, la cena del recuerdo. Estamos todos igual
de estupendos y divinos que hace 20 años ¡pero como cabras! ¡Qué barbaridad!
¡Qué falta nos hace un buen sicólogo! Pero lo pasamos divino. Eso sí. El
trasnochar terminó por rematarme y quedé afónica para el resto del fin de
semana y lo que llevamos de esta.
¡Para alegría de mi marido! Cuando llegó y me oyó, miró
a los niños y les dijo: “¡Qué bien chicos. Mami está mudita!”
Sin comentarios.
Esta semana se plantea más tranquila, de momento. Tengo
pendiente rematar la Ruta de los Mercados con el Mercado de San Pascual y
alguna que otra visita cultural a otra exposición en el Museo del Prado esta
vez.
Además, creo que voy a comenzar la serie Los Partos que
también tiene su miga.
Espero que os vayan gustando los temas y os vayáis
animando esas vergonzosillas que no se hacen seguidoras, ¡hacerlo puñetas!
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