Sí, sigo dándole vueltas al mismo tema. Y es que ahora me
hablan de “vida convencional”. Como os
lo explico…
Por lo visto, si estás casado, con hijos e hipoteca,
llevas una vida convencional y además eres de derechas (y pelín retrograda).
Si estás emparejado o soltero, tienes o no tienes hijos e
hipoteca o alquiler, llevas una vida no convencional o progre y por tanto, eres
de izquierdas y progresista. (¡Ah! Y fumas porros)
Y todo esto depende de quién te mire. Y lo vivo en mis
propias carnes.
Mis compañeros de oficina me llamaban “Rogelia”. Debí
hacer algún comentario que ellos decidieron que era de izquierdas. Siempre
teniendo en cuenta que para ellos, ¡hasta Blas Piñar era un “rojo de mierda”!
Sin embargo, para mis compañeros de colegio con los que
cené recientemente como recordaréis, resulta que soy de derechas y llevo una
vida convencional. Ellos son casi todos pelín progres pero todos venimos de un
colegio privado y alguno hasta con apellido famoso.
A mí, esto de que me juzguen y califiquen en un lado o en
otro me toca las narices. Principalmente porque llevo la vida que me da la gana
sin pensar en que lo que hago es más de un bando que de otro.
¡No me gustan los bandos! Hace ya muchos años que lo de
los rojos y los azules se fue a hacer puñetas como para que, personas de mi
generación, sigamos calificándonos de esta manera.
Creo que en la vida de toda persona debe imperar
principalmente y por encima de todo, el
sentido común. Intento que mi vida y la de mi familia se rija por ese
sentido más que por ningún otro. Luego, sólo pretendo alcanzar la felicidad.
Cada uno la alcanza de una manera u otra. Cada uno debe saber lo que le hace
feliz o le alegra la vida. Para unos, son los hijos. Para otros, sus trabajos.
O una casa más grande. O viajar. O las drogas. O todo a la vez ¡Yo que sé! ¡Y ni lo sé ni me
importa!
Pero por favor, no seamos tan básicos como para calificar
las vidas de los demás de un color u otro, de convencional o experimental, por el mero hecho de cómo y de qué
manera ha decidido vivirla.
¡Hay tantos matices! ¡Tantos colores! ¡Y la política es
tan, tan aburrida!
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