La Terraza del Penthouse Lounge |
Este fin de semana salí a celebrar el cumple de una de las
pocas de mis amigas que quedan por entrar en la cuarentena.
Decidió invitarnos a pasar la noche fuera de casa. Más
concretamente en el Hotel ME en la plaza de Santa Ana.
La verdad es que lo pasamos estupendamente.
Cenamos primero en el restaurante La Mucca de Prado en la
calle Prado, 16. Pedí pasta de arroz con berberechos al ajillo y estaba
buenísimo. El precio muy asequible y hasta los topes de gente. ¡Y puedes
comprar los muebles si quieres!
Después volvimos al hotel para subir a su terraza situada
en la última planta desde la que puedes disfrutar de unas vistas preciosas de
Madrid y en concreto, de la plaza de Santa Ana. La pena es que estaba lloviendo
y no pudimos saborearla como nos hubiera gustado.
Decidimos entrar dentro en el bar o que se llama allí, the
Penthouse Lounge, para pedirnos algo en la barra. Y, como si de una película de
risa se tratase, al acercarme para pedir, un turista decidió darse la vuelta
con el brazo y su dedo índice bien estirado y meterlo de lleno dentro de mi
ojo.
Por supuesto, me dio la risa. Era todo tan absurdamente
cómico y típico que no me quedaba más remedio que reírme. El pobre calvo decía “I
am sorry, I’m sorry” y se reía también. ¡A ver qué puñetas íbamos a hacer!
Total que me tomé mi primer mojito con el ojo lloroso y
bailamos un rato.
Decidimos seguir la noche, aunque llovía a cantaros, por
los garitos de Santa Ana y nos metimos en otro pub.
Allí me tomé otro mojito que además de salirme más barato,
estaba más rico. Aguantamos a algún que otro “pesao” al que espantábamos al
grito de “¡que tengo tres hijos!” y pude comprobar en situ aquello que dijeron
en el telediario cuando comenzó la ley antitabaco: ¡como huele a sobaco!
Aquello no era axila, era sobaco sucio y sin lavar. ¡Qué tufo!
Total que con el puntillo de los mojitos, el mareo del
tufazo y empapada por la lluvia llegamos a la habitación donde empezamos a ver
fotos de cuando éramos más jóvenes. Recordamos tiempos pasados que no mejores
pero sí diferentes.
La noche dio para mucho: confesiones alegres, confesiones
menos alegres, cotilleos, bromas y tonterías. ¡Una buena noche en definitiva!
Y a la mañana siguiente, pues ese refrán que dice mi
suegra: “para una vez que me remango, hasta el culo se me ha visto”. Es decir, que el pequeño se abrió la frente
contra la mesilla y su padre tuvo que apañárselas solito. No le viene mal saber
lo que es estar solito con los tres ¡pero habría que haberle visto!
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