¡Qué bonitas son las vacaciones de Navidad y que cansadas
con los niños en casa! Así que, hoy que están en el Circo Price con la Yaya y
el Tata, que gustito para mis orejas (como decía un cantante. No sé cual) el
silencio de la casa vacía.
Ahora mientras escribo el post, todo está en silencio.
Sólo escucho el sonido de las teclas y casi me parece que está un poco alto.
La Navidad con los niños es, ciertamente, una alegría pero
también una locura. Que si los regalos. Que si los circos. El cine. Echar las
múltiples cartas. Ahora me peleo con un hermano. Ahora me peleo con el otro.
Que vienen los primos. Que vamos a casa de una tía. Que cenamos ochocientos
juntos y revueltos. Que dúchate. Que no me ducho. Que hagas algo de deberes.
Que ya tendré tiempo.
Y así un día y otro. Ahora salgo corriendo para recogerles
a la salida del circo y mañana, pues otro plan.
Ahora en Madrid hay muchos y no se por qué pero te impones
un horario de visitas a exposiciones y luces y teatros que ni el de un político
en plena campaña. Por alguna extraña razón, te parece que si vives en Madrid y
no aprovechas las mil y una cosa que se pueden hacer, estás desaprovechando o
malgastando las vacaciones. Total, que todo el día con la lengua fuera de un
sitio a otro.
Y cuando cierras la puerta de tu casa el último día de las
fiestas, das un suspiro de treinta
segundos que termina con la cabeza
apoyada en la puerta y bendiciendo el fin de las vacaciones navideñas.
Y me da rabia porque siempre tengo la sensación de no
disfrutar pero es algo que no puedo evitar.
Supongo que cuando los niños se hagan mayores a lo mejor
es diferente. E incluso estoy segura que añoraré estos días. Es algo en lo que
todos los mayores coinciden: disfruta porque ahora estás en lo mejor. ¡Cómo
será lo que nos espera!