Y ¡qué mejor manera
de empezar el año que contándoos una escapadita de fin de semana a Barcelona!
¡Qué placer! A mi
estos fines de semana de parejita sin niños, ¡me dan la vida! Ahora que, a los
cinco minutos de volver, ya se te ha olvidado todo. Ya está el pavo gritando,
el mediano y su medio pavo protestando y el pequeño, dando la tabarra. Vamos,
lo normal del día a día.
Pero, durante tres
benditos días, de lo único que me preocupé fue, ¡de nada! Dejé la mente en
blanco receptiva a todas las cosas bonitas que vimos y comimos. Sólo eso, sin
más.
El viaje comenzó el
viernes tempranito porque yo tenía un curso allí durante todo el día. Mi marido
tenía trabajo y nos reunimos de nuevo a las seis de la tarde para descansar un
ratito en el céntrico hotel que habíamos elegido, el Hesperia Ramblas que, como
su nombre indica, está en Las Ramblas al ladito del Mercado de la Boquería.
El hotel no es que
fuera la pera pero es funcional, barato y sobre todo, céntrico. Justo lo que nosotros necesitamos y
buscábamos. Sobre todo porque vamos a todos lados dándole zapatilla. Ni
autobuses ni metro ¡ni nada! A todos lados andando.
Esa noche del viernes
cenamos en el restaurante Paco Meralgo, un sitio buenísimo y súper recomendable
con unos camareros encantadores y una tortilla de alcachofas (¡qué me chiflan!)
y unas croquetas Obama espectaculares. Además la noche fue magnífica porque nos
reencontramos con una vieja amiga y su marido. Una ceutí con todo su acento y
todo su arte que lleva viviendo quince años en Barcelona, con marido y dos
hijas catalanas y que no ha perdido ni un poquito de su acento ni de su chispa.
¡Ay, miarma, cuánto te quiero y lo bien que lo paso contigo!
Fue una noche diez
que además rematé con un mojito que me encanta. Vamos, que me fui a la camita
feliz y contenta habiendo disfrutado de una noche redonda.
A la mañana siguiente
y con pelín de resaca por culpa de haber perdido la costumbre de beber, nos
levantamos tempranito y ya sin los tacones, nos lanzamos a conocer Barcelona.

Y empezamos por el
lugar preferido de mi marido, La Sagrada Familia. Allí pasamos alrededor de
tres horas porque hicimos la visita guiada y además, subimos a una de las
torres. Mi marido es un apasionado de Antonio Gaudí y disfrutó muchísimo. A mi,
particularmente, también me gusta pero no tanto como a él.
Ciertamente es una
obra espectacular y distinta a todo lo que se conoce. Yo desde luego,
recomiendo la visita guiada porque te explican muy bien todos los intríngulis
de la Basílica y la forma de trabajar del arquitecto Gaudí. De hecho, la
réplica de la maqueta que realizó Gaudí con cuerdas y pesos es increíble. Te
ayuda a entender perfectamente los arcos catenarios y cómo diseño la Sagrada
Familia. Una maravilla.
De allí y después de
haber disfrutado mucho con esta visita, nos fuimos andando hasta el Barrio del
Born donde comimos. Tuvimos una suerte enorme porque no conocíamos ningún sitio
y fuimos a dar con uno de tapeo súper recomendado en Trip Advisor y ¡encima
fuimos los últimos en entrar! Se nos hizo tarde y casi llegamos con la cocina
cerrada.
El caso es que el
sitio aunque muy pequeño es realmente recomendable también. Se llama, Tapeo y
tanto si vais a Barcelona como turistas como si sois de allí, merece una visita
para disfrutar de sus exquisitas tapas.
De allí salimos y nos
fuimos a disfrutar del mar Mediterráneo en la Barceloneta. Fue un rato muy
agradable que aprovechamos para descansar también y dejar la menta en blanco
mientras mirábamos el mar. ¡Qué bonito es el mar! Para mí, es lo único que le
falta a Madrid. Yo, con una playita cerca, sería feliz, feliz. Pero, ¡qué se le
va a hacer! ¡No se puede tener todo!
Y seguimos caminito.
Volvimos a meternos por el barrio del Born y sin quererlo y sin saber que era
ella, llegamos a la “Catedral del Mar”. No se si os habéis leído el libro “La
Catedral del Mar” de Ildefonso Falcones. Yo sí y os lo recomiendo. “La Catedral
del Mar” existe y no es otra que la Basílica de Santa María del Mar. A mi me
impresionó su interior muchísimo. Me pareció impactante. Muy, muy bonita. Muy
sobria. De altísimas columnas. El mejor ejemplo del Gótico.
Y, como no, también
visitamos la Catedral de Barcelona. Aunque no entramos dentro de la Catedral sí
lo hicimos en su claustro. Nosotros y chorrocientas mil personas más porque ese
día era Santa Lucía y allí habíamos muchísimas personas poniéndole velas a la
Santa en la capilla que tiene en dicho claustro. Aunque un poco agobiante, ver
tantas velas juntas convirtió el sitio en un lugar mágico y que nos encantó
disfrutar. Además, allí se encuentra también una fuente en la que aparece Sant
Jordi matando al dragón y trece ocas que viven en el estanque que existe dentro
del claustro en recuerdo de los trece años que tenía Santa Eulalia cuando fue
martirizada.
Como ya era
época pre-navideña, pudimos disfrutar también del Mercado de Santa Lucía que es
como el mercado navideño de la Plaza Mayor de Madrid. Estaba a tope de gente y
nos dimos una pequeña vuelta pero no nos entretuvimos mucho más.
Un poco cansados de
estar todo el día caminando, volvimos al hotel para descansar un poco antes de
la cena. El restaurante elegido para cenar fue la Cervecería Catalana. También
de tapas, también hasta la bandera y también riquísimo todo.
La verdad es que, en
cualquier ciudad, pueblo, aldea de España, en cualquiera, se come estupendamente.
Más contundente, menos contundente pero todo rico, rico, riquísimo.
Como os podréis
imaginar, cogimos la cama con unas ganas tremendas. Menuda paliza de día y ¡todavía
nos queda medio día del domingo! Que mejor os lo cuento en el post del
miércoles porque este ya es demasiado largo. Pero, ¡no os lo perdáis que os voy
a enseñar la Casa Batlló!