Creo que no es la primera vez que hablo sobre el sentido
común o la falta del mismo. Hoy me he topado con otro de esos casos en los que
yo veo tan clara la falta de sentido común. Os lo cuento y opináis si es que yo
soy demasiado exigente o intransigente.
Hoy me tocaba una de mis visitas a esa piscina que adoro
tanto y para mi sorpresa, estaba hasta la bandera. Casi todas la calles estaban
ocupadas por clases y sólo quedaban dos calles para el nado libre.
Total, que estábamos como piojos en costura.
A mi, particularmente, no me gusta nadar con tanta gente.
Sobre todo, cuando voy nadando a espaldas. No nado bien porque voy preocupada
con no darme contra el borde, con no dar al que nada en mi calle o, no dar al
que nada en la calle de al lado. Sin contar que voy intentando concentrarme en
nadar correctamente, con los brazos y la espalda bien estiraditos. Vamos, con
demasiadas cosas a las que prestar atención como para estar pendiente también
del que tengo por delante y el que tengo por detrás.
Y en esas estaba, cuando me doy cuenta que, en vez de tres
en mi calle, que para mi ya es multitud, ¡somos seis! Me paro. Me quito las
gafas para ver mejor porque las jodías siempre se me empañan, y miro a la calle
de al lado en la que no veo nadando a nadie. Sólo en la parte donde se hace pie
veo a un matrimonio con tres hijos de edades comprendidas, más o menos, entre
los ocho, seis y cuatro años. Los mayores con churros y la pequeña, con
manguitos. La calle toda vacía y ellos allí flotando, bañándose y nadando sólo hasta
casi la mitad de la piscina. Enseñando a los niños.
Claro, ante tal circunstancia, todos los que estaban
nadando en ese calle, se pasan a la nuestra y allí estábamos todos
espachurrados por culpa de una familia que chapoteaba sólo en una parte.
A mi me váis a perdonar pero no lo veo normal.
Al comentárselo a la socorrista, que es un encanto y muy
amable, me contesta que “están en su derecho”. Que no puede hacer nada. Que ha
dado la mala casualidad que hemos ido todos a la misma hora y el día que más
petada está la piscina. Y no dudo que tenga razón, que están en su derecho y
que la fatalidad ha querido que todos queramos mantener la chicha a raya el
mismo día a la misma hora.
Pero yo, madre de tres, me pregunto, ¿no se estaban dando
cuenta esos padres que estaban estorbando? ¿No se percataban que tenían toda
una calle para ellos solos mientras los demás nadábamos a trompicones?
Creo que, si yo hubiera sido esa madre, con total y
absoluta tranquilidad, hubiera sacado a mis hijos de la piscina y les habría
explicado que era mejor esperar. De esta manera, no sólo estaría enseñando a
mis hijos a nadar si no también a demostrarles que vivimos en una sociedad y
que unas veces ceden unos y otras veces, ceden los demás. Y que visto lo visto,
era el momento de ceder ellos. De salirse de la piscina, no estorbar y esperar
el momento de que ellos pudieran nadar y disfrutar de la piscina sin molestar
al resto.
Probablemente soy una intransigente. Puede ser. Pero
también os diré, como le he dicho a la socorrista que, cuando un abuelete se
mete en la piscina en la calle que estoy yo, me aguanto a su ritmo. Igual que
me aguantan a mi el mío cuando en la misma calle se mete un hombre que, con
sólo una de sus brazadas, ya recorre media piscina.
Pero el caso de esta familia no era lo mismo. O al menos,
no lo veo igual. Una niña de cuatro años de ninguna manera puede cruzarse una
piscina olímpica con manguitos. Sin embargo, hay abueletes y abuelillas con
churros que ¡ya quisiera yo pillarles!
La piscina, anda que no da para hablar de poco sentido común, tienes toda la razón, eso cuando no son los propios socorristas los que miran para otro lado, en mi piscina no se puede estar en el agua si no sabes nadar, para eso están los cursillos, y a pesar de los carteles gigantes que lo advierten ves a la mama o papa con su retoño y sus manguitos del pato Donald, y el socorrista mirando para otro lado.
ResponderEliminarNo te cuento ya las movidas en las duchas con las mamas "histéricas", que se meten vestidas con chanclas y los pantalones remangaos en las duchas para frotar las orejas a sus retoños, recién salidos del cursillo, como si fuera el día del juicio final...
En fin que el sentido común es el menos común de los sentidos, a veces me pregunto si existe...
Besos
Raquel
¡Me he muerto de risa con lo de las orejas de los niños y el juicio final! Donde yo llevaba a los niños a natación, había una madre que incluso les hacía lavarse el pito y echar la piel para atrás. ¿Sabes cómo te digo? Y yo me preguntaba, pero ¿por qué? ¿no será mejor hacer eso en su casa? ¡Qué ésto es sólo una duchita rápida para quitarse el cloro! ¡Tremendo!
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ResponderEliminarQué te voy a contar. Hya gente que no mira nada más que su ombligo aunque se los tape el bañador. Hiciste muy bien en protestar. Yo a veces me pongo en los carriles que ocupan y aunque no nada bien les molesto...pero nada, ni por esas se dan por aludidos.
ResponderEliminarEn la mia hay piscina pequeña, pero se ve que los chiquillos no flotan igual....gente sin entendederas, como dicen el Tobarra, hay en todas partes.
Besos